La ofrenda de Día de Muertos es un ritual profundo en México, reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se monta para recibir a las almas de los difuntos, guiándolas con elementos simbólicos. La tradición indica que se arma entre el 27 y el 31 de octubre, según el tipo de ánima esperada.
El Día de Muertos une tradiciones prehispánicas con la fe católica, creando un altar que sirve como banquete y refugio para las almas que regresan del Mictlán. La ofrenda se arma en hogares o panteones para honrar a los seres queridos fallecidos, mitigando su sed y cansancio tras el viaje.
Los elementos esenciales incluyen la flor de cempasúchil, cuyo color amarillo y aroma guían a las almas desde la puerta hasta el altar. Las velas simbolizan la luz y la esperanza, con cuatro dispuestas en cruz para representar los puntos cardinales. El copal purifica el espacio, alejando malos espíritus, mientras que el agua y la sal calman la sed y previenen la corrupción del cuerpo espiritual. El pan de muerto evoca la fraternidad, y se colocan platillos y bebidas favoritas del difunto para que los 'saboree' con su aroma. Otras piezas son calaveritas de azúcar, que representan la muerte presente, papel picado para el aire y la alegría, y una fotografía central del homenajeado.
El montaje inicia entre el 27 y el 31 de octubre, extendiéndose a noviembre. El 27 de octubre se recibe a las mascotas fallecidas; el 28, a quienes murieron de forma trágica o violenta; el 30, a almas solitarias sin familiares; el 31, a niños no bautizados; el 1 de noviembre, a las almas de los niños o 'angelitos'; y el 2 de noviembre, a las de los adultos. Tradicionalmente, la ofrenda se retira el 3 de noviembre, una vez que las almas han partido, y los alimentos se pueden consumir si están en buen estado.
En 2025, el calendario escolar de la SEP añade un megapuente del 31 de octubre al 2 de noviembre, suspendiendo clases el viernes por junta de Consejo Técnico Escolar, lo que facilita las celebraciones familiares.